Un profesor me dijo una vez que la Argentina es un país con hombres fuertes e instituciones débiles y en esta situación se encuentra el germen de nuestros sucesivos fracasos a través de casi doscientos años de vida independiente. Los tan llamados héroes han ido desgastando, algunos con intención y otros de buena fe, las instituciones de la República. Esas instituciones que hoy tratamos de mantener a como de lugar.
Las leyes, por regla general, alcanzan a todos los hombres; pero cuando aparece un héroe se le permite erigirse sobre ella. A través de la historia los héroes han sido soberbios, autoritarios, irrespetuosos de sus semejantes (que él mismo considera inferiores), etc. Casi siempre han sido víctimas de sus excesos en la búsqueda y mantenimiento del poder o del bien general, que ellos consideran interpretar exactamente. Cuando un héroe no sabe dar un paso al costado se convierte en tirano.
La Argentina tiene una historia rica en héroes, o al menos personajes paternalistas, que son causa directa de las situaciones actuales: malos y pocos detentadores de poder civil.
¿Hemos olvidado ya al “héroe” Rosas?¿A los “héroes” de la generación del ´80?¿Al “héroe” Perón?¿A los distintos generales que han pasado por el sillón de Rivadavia?
Ciertamente aquellas personas poco tuvieron en común ideológicamente y ni mencionar aspectos positivos de sus respectivos mandatos que es imposible menospreciar (excepto, claro esta, los gobiernos militares que nada podemos rescatar). Pero si hay un aspecto coincidente: sus intereses (o aspiraciones) personales terminaron por obstaculizar, hasta el punto de hacer imposible, la evolución institucional de la República y el bien común que creían interpretar fielmente. Todos ellos tuvieron, también, finales poco felices de sus gobiernos.
La necesidad que todavía existe de un héroe nos da el dato que no hemos alcanzado esa mayoría de edad de la que nos habla Kant en su libro ¿Qué es la ilustración?. Por muy bien intencionado que sea el pastor (héroe) del rebaño (pueblo), a la larga o a la corta, termina por convertirse en el lobo, implacable verdugo de todas y cada una de las ovejas. Por otro lado, esta necesidad del superhombre (hombre que hace todo lo que el común no puede hacer) deviene de la condición de “masa” del pueblo argentino. Masa en el sentido de conjunto de personas que en nada se preocupa por la conducción de la república, por contraposición a una verdadera comunidad política.
Se me preguntará entonces cuál es la solución. Pues no sé. Creo que nadie podría saberlo a ciencia cierta. Lo que es indudable es que un dirigente político debe tener ciertas características como decir siempre la verdad por más dura que sea (confiando en la madurez del pueblo), respetar la ley y ponerse siempre debajo de ella, ver a todos sus conciudadanos siempre como fin en si mismos y nunca como medios, respetuosos del mandato de sus electores, etc. La lista es abierta y sin duda todos podríamos enriquecerla.
Recordando aquel viejo dicho, necesitamos dirigentes que no nos den el pescado preparado, sino que nos enseñen a pescar.
* Publicado en Diario Los Andes (sección Opinión) del día lunes 5 de noviembre de 2001