El sistema político de occidente, democrático y representativo, que tiene ya alrededor de 250 años, nacidos al calor de las Revoluciones Francesas y Norteamericanas, a finales de siglo XVIII, tiene muchos errores. Pero no debemos hacer critica vacía y sin presentar nuevas propuestas, antes bien, debemos reconocer y apuntalar sus virtudes que, por cierto, son muchas.
Este sistema democrático y representativo es, más allá de una forma de vida, una estructura. Y como toda estructura, se asienta en una base social que puede variar, y de hecho lo hace, de país en país. La cultura, la religión, la historia, etc. influyen sobre manera en las particularidades del sistema político de cada uno de esos países. Por ejemplo, no podemos decir que el “federalismo argentino” sea igual al norteamericano, alemán o, incluso, el suizo.
Dicho esto, podemos decir que nuestros errores, recurrentes diría yo, como comunidad política (como pueblo del estado, diría Heller) son, nuestras falencias como sociedad. Sociedad que, durante 200 años de vida independiente nunca encontró un rumbo común.
Llegamos a la conclusión de que el sistema político es una unión armónica (a veces no tan armónica) entre aquella estructura y esta sociedad en la cual se asienta. Uno de los muchos problemas de la Argentina es que las faltas técnicas que pueda tener la estructura no son subsanadas por aquellas personas que ocupan los cargos o, peor, se aprovechan de esos errores para beneficio personal y, más aún, la sociedad en su conjunto aceptó, hasta ahora, esta situación, sin exigir idoneidad, honestidad o por lo menos valor a la palabra empeñada. Me atrevería a decir más nuestros dirigentes, de alguna manera, si son representativos de esta idea del no te metás o el sálvense quien pueda, ideas que son un emergente más (solo uno más) de, como decía anteriormente, nuestras falencias como sociedad. No por nada Montesquieu decía que la virtud es el resorte psicológico o principio de la forma de gobierno republicano, que debe encontrarse diseminada en todo el cuerpo social como el amor a la patria. Pero no de gobernante sino del pueblo todo, y allí radica la dificultad de esta forma de gobierno. También fue quien perfeccionó la idea de Locke sobre la división de poderes, como sistema de pesos y contrapesos. Esto es así porque el poder tiende al abuso del poder, la permanencia en el poder tiende al abuso del poder. Vemos aquí la incidencia de la estructura.
Dice Orwell en 1984: “Hasta que no tengan conciencia de su fuerza no se revelarán, pero hasta después de haberse revelado no serán concientes. Este es el problema”. Al parecer los argentinos hemos roto ese círculo y, al mismo tiempo de habernos revelado, empezamos a ser concientes de nuestra fuerza. Pues el “haberse revelado” al que yo me refiero no significa solo el cacerolazo, sino, justamente la conciencia de que solo nosotros (léase los argentinos) somos dueños de nuestro futuro.
Mucha madurez se mostró en las manifestaciones donde el apoyo a la democracia estaba descontado, donde se pedía por la paz. Tal ves los jóvenes éramos los menos pacíficos y se entiende (nunca se justifica) con las palabras de Sartre al referirse al “Mayo Francés”: “Sea cual sea el régimen, a los estudiantes que son jóvenes, que sienten que todavía no han entrado en el sistema que les han preparado sus padres y en el que no quieren entrar, lo único que les queda es la violencia. Dicho de otro modo, no quieren concesiones, no quieren que les arreglen las cosas, que se les satisfagan pequeñas reivindicaciones para, de hecho, acorralarles y hacerles seguir las reglas y hacerles ser, como les decía, dentro de 30 años, un viejecito utilizado como su padre”. Los argentinos ya no queremos “pequeñas concesiones”. A nuestros excluidos del sistema, aunque sean o no estudiantes, no les queda otra cosa que (lamentablemente) la violencia. Pero para entender mejor esto tenemos que pensar en la violencia en un sentido más amplio: la de todos los días, la impotencia de no tener un órgano estatal o algún funcionario a quien acudir ante los abusos cotidianos. Un desafío importante de esta nueva manera de “hacerse oír” es no entrar, de ninguna manera, en ese círculo de violencia y vandalismo. Recordemos a Foulcout y su idea de “microfísica del poder”: el poder se ejerce, no se posee. No hay un centro único de poder, sino un entramado social de poder que todos ejercemos en alguna medida. Pues no hace falta ganar las calles o tomar la Plaza de Mayo, aunque está bien que a veces suceda, que sería la representación más palpable de “tomar el poder”. Todos podemos cotidianamente ejercitar ese poder, al comprar, al hablar, y sobre todo al votar. Seamos consientes, entonces, de nuestra fuerza.
Una profesora me dijo: “Nosotros recuperamos la democracia y a ustedes les toca perfeccionarla”. ¿Cómo? Recordemos a Illia: “La democracia argentina necesita perfeccionamiento; pero, que quede bien establecido, perfeccionamiento no es sustitución totalitaria. Lo que la democracia necesita es ser auténtica expresión de su verdadera esencia. Es que, la esencia de la democracia no queda debidamente expresada por estructuras meramente jurídicas o por líricas afirmaciones de dignidad humana o de igualdad de los hombres ante la ley. Todo eso, si solo eso fuera, únicamente resultaría un espejismo pernicioso, para calmar las ansias que el pueblo vive, en medio de un desierto de duras realidades económicas” (12/10/1963).
Los cacerolazos, marchas, escarches, corralitos a la banca extranjera, etc. es, creo yo, la verdadera esencia de un pueblo que no encuentra respuesta de los dirigentes. Que tienen que empezar, ellos, a buscar al pueblo porque este pueblo ya sabe donde quiere ir.
Falta decir que la “estructura” ya la tenemos y es, aunque otra cosa se diga, muy buena: por fin empezamos a llenar los espacios en blanco.