A las tres de la mañana despertó exaltado, asustado, empapado de sudor y con una idea. No era nueva, ya había cruzado por su cabeza un par de veces y siempre la había descartado. No era algo que debía hacer, no le parecía bien, ni siquiera se imaginaba compartiendo la idea con otros. Pero la curiosidad lo llamaba. Esa idea, tan prohibida, tan peligrosa, volvía a su mente con una insistencia que ya no podía desoír.
A esta altura no creía que la idea fuera suya. Alguien o
algo debía haberla puesto en su mente. En otro tiempo, en otro lugar. No era un
recuerdo o algo confuso, era una serie precisa de instrucciones que debía
ejecutar.
La idea seguía ahí. Se encontró luchando contra ella,
bebiendo un vaso de agua y pensó que solo debía dejarse llevar. Como algo que
se apoderaba de él, como algo que tomaba posesión de su cuerpo, sólo debía
dejarse llevar para ejecutar aquella idea que lo perseguía.
Dejó el vaso a medio tomar y decidió dejarse llevar.
Como si él mismo flotara en la habitación observando a
alguien más, se encontró preparando un grabador y lo dispuso en su mesa de luz.
Solo eso, pensó, algo tan simple podía generar en él tanto miedo, tanta
anticipación. Lo dejó grabando y volvió a acostarse.
Eran las siete y media de la mañana cuando despertó. Sin
sudor, tranquilo y sin recordar lo que había hecho hacía algunas horas. Dio
media vuelta, todavía en la cama y vio el grabador. Un escalofrío invadió su
cuerpo.
¿Qué podría haber grabado? ¿Qué secretos de la noche podía
ahora escuchar?
Se arrepintió de haberlo hecho. La curiosidad y el miedo se
mezclaban. La ansiedad y su respiración se aceleró, de nuevo el sudor y el miedo.
Casi toma el grabador, seguía grabando, pero no se atrevió a tocarlo. Lo dejó
como estaba, se levantó y salió de la habitación.
Durante el día, en el trabajo, su mente seguía en su
habitación. Al atardecer debía volver y enfrentar el grabador.
Llegó como de costumbre a las ocho de la noche. Casi sin
pensarlo subió a la habitación. Tomó el grabador, ya se habría detenido muchas
horas antes, pensó.
Al tomarlo lo sintió. Esa sensación de otro lugar y otro
tiempo volvió a él.
No podía, simplemente, no podía escuchar lo que había
grabado durante la noche. Guardó el grabador en el cajón de la mesa de luz.
Tres noches pasaron. A las tres de la mañana de la cuarta
noche en que había dejado el grabador volvió a despertarse. Exaltado, algo
desorientado, sólo un par de segundos pasaron antes de que fijara la mirada en
el cajón de su mesa de luz. Sintió el llamado. Debía escuchar lo que había en
él. Peleó y se arrepintió de haberse dejado llevar. Volvió a acostarse, pero ya
no pudo dormir. En medio de la noche, con los ojos abiertos en medio de la
oscuridad de su habitación, de espalda a la mesa de luz, vino a él la sensación
de que desde otro tiempo y otro lugar, alguien quería decirle algo. Sintió que
estaba perdiendo la razón y él mismo iba descartando las mismas ideas que venían
a él. Me estoy volviendo loco, se dijo.
Ojalá fuese todo un sueño pensó y al minuto sonó el
despertador. Eran las siete y media y debía ir al trabajo.
Tal vez esta noche podía escuchar la grabación.
Miró la mesa de luz y se dijo a sí mismo que esta noche escucharía
esa grabación.
Salió de la habitación y fue a trabajar...
(CONTINÚA)