1984, la novela distópica de George Orwell, ha sido uno de los libros que más me impactó al momento de leerlo. Los Ministerios, las guerras, Goldstein, O´Brien, Winston y los demás personajes cada tanto vuelven a la memoria. Al leerlo me imaginaba en ese mundo, donde nada era verdad, ni mentira, donde no podías confiar ni en tus propios pensamientos, en un estado de miedo y desconfianza constante. Tu vecino, tu amigo, tu propia familia podía ser un traidor o la persona que delatase tu pensamiento. Imaginarme en ese mundo de inseguridad y tiranía me dio miedo.
Siempre me quedé con esa idea: Nada era verdad, ni era mentira. Despertar en una realidad creada y recreada constantemente desde las oficinas del Ministerio de la Verdad, descubrir la mentira y buscar una verdad que también podría ser o no ser otra mentira creada para atraparte. Es como sentirse con un abismo a los pies, sin lugar desde donde edificar tu propia identidad y realidad. Sin duda una novela fascinante.
De todas las partes del libro, una de las que cada tanto vuelve a mi memoria es la habitación 101:
(Winston) Se quedó solo un momento. Luego se abrió la puerta y entró O’Brien.- Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Te dije que ya lo sabías. Todos lo saben. Lo que hay en la habitación 101 es lo peor del mundo. (…) - Lo peor del mundo (continuó O’Brien) varía de individuo a individuo. Puede ser que le entierren vivo o morir quemado, o ahogado o de muchas otras maneras. A veces se trata de una cosa sin importancia, que ni siquiera es mortal, pero que para el individuo es lo peor del mundo. (…) - En tu caso (dijo O’Brien), lo peor del mundo es… (1984 - Cap. V)
Y la pregunta que siempre me hacía era: ¿Qué había en mi habitación 101? ¿Qué era aquello tan aterrador que llegaría a paralizarme? ¿Qué podría ser aquello que me llevaría a amar al Gran Hermano?
Casi siempre imaginaba una habitación llena de agujas o arañas muy grandes. Las agujas y esa sensación al sentir o siquiera imaginar como entran en la carne, atravesando la piel. Me da escalofríos incluso en este momento, al escribir. No puedo soportarlo.
Sin embargo, un día entendí que lo que realmente había en mi habitación, era su propia existencia. La idea de que la habitación 101 existiera era la representación de mis miedos más profundos. Vivir con ese peso, ese miedo a tener miedo, ese miedo a ser como uno naturalmente es y tener que estar siempre adoptando el personaje que nos ha sido impuesto. Así, pensé, sería la existencia más aterradora e insoportable que podría imaginar.
Creo que nadie debería tener miedo a pensar, a imaginar, pues estas son las herramientas más poderosas que tenemos para desafiar lo establecido y para defender aquello que consideramos correcto. Nadie debería tampoco tener miedo a equivocarse, pues es así como aprendemos. Y por sobre todas las cosas, nadie debería temer decir lo que piensa.
¿Alguna vez te preguntaste qué hay en tu habitación 101?
Destruyamos todas las que tengamos cerca.
Creo que nadie debería tener miedo a pensar, a imaginar, pues estas son las herramientas más poderosas que tenemos para desafiar lo establecido y para defender aquello que consideramos correcto. Nadie debería tampoco tener miedo a equivocarse, pues es así como aprendemos. Y por sobre todas las cosas, nadie debería temer decir lo que piensa.
¿Alguna vez te preguntaste qué hay en tu habitación 101?
Destruyamos todas las que tengamos cerca.