La lluvia golpeaba suavemente el delgado vidrio de su ventana. Un rayo cercano seguido casi al instante por un trueno llamó su atención. No pudo dejar de mirar el cielo cerrado y gris. Por unos segundos el tiempo se detuvo.
Su mente se llenó de ruido. Cada vez le costaba más distinguir sus propios recuerdos de aquello que su mente había inventado. Algún sueño, algo imaginado y lo realmente vivido no significaban para él más que una misma cosa y aquello que invadía su mente.
Imágenes desordenadas, voces, sentimientos tan vívidos que no podían no haber sucedido realmente. ¿Podría su propia mente jugar con él de esa manera? No podía dejar de preguntarse. ¿Cómo podría estar conspirando contra mi mismo? Como si hubiera roto un trance, aquella pregunta hizo que el tiempo volviera a moverse y sonrió.
Entonces se entregó nuevamente a la lectura y su mente se apaciguó. La noche se acercaba y él la enfrentaría leyendo, tal vez hasta quedarse dormido... o hasta despertar. Ya no podía distinguir la diferencia. O tal vez imaginó todo mientras leía, o toda su existencia era el producto de la imaginación de otro.
Pero ya nada era tan importante. La noche ya había llegado y la lluvia ya no golpeaba su ventana. Volvió a sonreír, pasó de página y siguió leyendo, o al menos eso imaginó...