Iban de la mano por General Paz pasando España. Mirando una que otra vidriera, sólo mirando.
Desapercibidos se colaban entre la muchedumbre. Gente que va y viene, que mira sin mirar, que hace la suya. Para ella que se detiene a observar, parecen hormigas que rápidamente van de aquí para allá y se pregunta qué será aquello que pasa por sus cabezas. ¿Alguno de ellos tendrá el privilegio de no pensar en nada? ¿De pensar en qué piensan los demás? La imagen no la abandona, invade su mente y aún así no es capaz de describirla. ¿Viste cuándo imaginás algo y no sabés cómo describirlo? Le dice casi en silencio y piensa: Si sólo pudiera dibujarlo…
Es ahí cuando comienza a dialogar consigo misma. Imaginá si pudieras ver el dibujo de la imaginación de los demás. ¿Cuántos poetas? ¿Cuántos artistas? ¿Cuántos filósofos? Todos muertos antes de nacer, aplastados por la rutina. Todos muertos en la potencia de un ser que nunca será.
No quiero eso para mí, ella piensa. Y al pensar descubre que por el sólo hecho de pensarlo, ya no es como los demás. Ese sólo y simple instante en el que aquella idea atravesó su mente, la salvó de toda una vida de estar muerta en vida.
Le aprieta la mano. Lo redescubre con ella al volver de aquel abismo en el que su mente se sumergió. Se sintió aliviada y al mirarlo sonrió.
Yo, esperando el semáforo de General Paz y España lo vi todo, o al menos imaginé que eso ella pensaba, cuando los vi de la mano, mirando vidrieras, sólo mirando.
Ese instante, valió también para mi toda una vida.