* A partir de una historia que me contó mi papá una noche para que no me dieran miedo los truenos. Nunca supe después si fue un invento suyo o la escuchó o leyó de algún lado. La busqué, no encontré nada y me pareció lindo escribir a su memoria esta pequeña historia.
En aquel viejo tiempo y lugar sin nombre, la noche estaba cerca. Mientras el sol huía, aquellas nubes se acercaban amenazantes. Cubrían poco a poco el firmamento y se imponían frente a la tenue luz de la luna. Pronto todo quedó cubierto y oscuro. Aquel miedo que hiela la sangre y paraliza el cuerpo se apoderó del puñado de hombres que quedaron lejos de la aldea. Habían salido a cazar por la tarde y se alejaron demasiado. El alimento escaseaba y sus recorridos eran cada vez más y más largos.
Se sintieron vencidos por el miedo, por la noche. Cada uno en su corazón suplicó al creador por sus vidas. Toda clase de peligros asechaba por las noches. Esta noche particularmente, aquellas nubes que todo lo cubrieron, los espantó.
En la oscuridad comenzó a escucharse el golpeteo del goteo. Cada vez más intenso, hasta convertirse en torrencial. De repente un estruendo. Y otro más segundos después. Aquellos pocos hombres, a merced de la noche se encontraban ahora frente a una tormenta. Otro estruendo más y se buscaron para enfrentarlo todos juntos. No se veían, buscaban sus manos en la oscuridad, tratando de adivinar si estaban todos o alguno se había perdido.
En aquellos tiempos, sólo existía el trueno. Contaban en aquella aldea que el trueno había nacido de la voluntad de una vieja maldad que habitaba en la oscuridad de la noche. Por puro placer, para atemorizar a mujeres y hombres por las noches de lluvia redentora.
Aquella noche que encontró a aquellos hombres a su merced, aquel mal estaba bailando de alegría, regodeándose de su invento. Disfrutando del temor que lo alimentaba y hacia fuerte.
Mientras, la luna observaba espantada la escena. Faro en la oscuridad y aliada del sol, soportó inquieta hasta que no pudo más y alertó a los buenos espíritus. Aquellos creían en la fortaleza del hombre y la mujer y decidían muchas veces no intervenir. Aquella noche era distinto.
La maldad crecía y ya no habría más equilibrio entre aquellas fuerzas.
Uno de aquellos espíritus, creador de luz, lanzó un fuerte grito que se materializó en un haz de luz que cruzó la noche.
Por un segundo fue de día en medio de aquella cerrada noche. Tras aquel rayo sonó el trueno. Otro haz de luz atravesó la noche y de nuevo, otro trueno lo siguió.
Aquellos pequeños hombres comprendieron la señal que sus aliados enviaban. A cada rayo que iluminaba un instante la noche, seguía el trueno. El miedo que los paralizaba y alimentaba la maldad los abandonó y aquella luz encendió una pequeña llama de esperanza que creció en sus corazones. Ya no tenían miedo y la maldad languideció hasta huir vencida.
Desde aquellos viejos tiempos, de lugares sin nombre, nunca más ningún hombre o mujer temieron al trueno.