Temprano a la mañana, la cocina desierta, silenciosa. Sólo ella tomando sorbo a sorbo su café. Disfrutando del único momento del día en el que sentía un poco de paz, un poco de esa tranquilidad que tanto necesitaba. Todo era perfecto en su vida y ella era la artífice de esa perfección. Detallista, decidida, meticulosa… esa casa funciona gracias a ella. Mira el reloj… en quince minutos todos estarán despiertos, piensa y se pone de pie.
Mientras prepara el desayuno un recuerdo cruza su mente. Aquel día… aquel terrible día en el que le había quitado la vida a una comadreja con el colador de hojas de la pileta. Bicho maldito, piensa mientras destroza un pan con sus manos. Lo disfruta, la excita… pero se reprime, se avergüenza y se aleja de ese lugar en su mente y trata de pensar en otra cosa.
Cuando quiere acordar los chicos están en la mesa. Su marido todavía está arriba. Sirve el desayuno y lo llama. Pasa por la puerta vidriada y ve el colador. Se enoja… no soporta que las cosas no salgan como ella quiere, no puede tolerar recordar el episodio, no puede comprender cómo es que se siente tan bien al hacerlo. Esa adrenalina… esa sensación… ¡BASTA! Grita. Los chicos la miran y su esposo pregunta si está todo bien. Cierra los ojos y con vos calmada dice… llegas tarde mi amor, bajá.
Esa camisa no va con esa corbata querido… dice a penas lo ve bajar. Subí y cambiante, agrega antes incluso de saludarlo. El marido sube molesto y se cambia. Todo perfecto, piensa… y sonríe.
Despide a todos. Los chicos al colegio, el marido a la oficina. De nuevo sola… de nuevo sola? Repite en voz baja mientras una sensación de intranquilidad recorre su ser. Un ruido molesto.
El perro del vecino ladra. Todas las mañanas lo mismo. Rompe la armonía de su casa. ¡Maldito animal! Grita y sale al patio desesperada… fuera de sí. Pero de nuevo se reprime. Se calma y vuele a la cocina. Al rato de nuevo… ladridos y unos gritos. Chicos jugando y un splash! Mira por la ventana… el perro en la piscina.
Salta del banquito y sale rápidamente… con cada paso crece en furia, ya siente que no puede controlarse y por fin… siente esa adrenalina, esa excitación. Toma el colador y asesta un duro golpe en el lomo del perrito. Un aullido… los chicos de al lado miran y corren llorando por sus padres. Otro golpe… y otro… y otro. El perro se desvanece y ella, enceguecida por la ira lo empuja hacia el fondo de la piscina. El perro deja de moverse y ella vuelve en si.
No siente remordimiento. Sólo una extraña calma… que le permite disfrutar del silencio, de la tranquilidad y de la perfección que había imaginado para su hogar. Es entonces cuando un grito, un desesperado grito de la mujer del vecino rompe ese silencio, esa tranquilidad. Ella cierra los ojos y sonriendo se dirige a la cerca… sin decir ni una palabra abanica el palo metálico del colador de hojas sobre la humanidad de su vecina.
El golpe da de lleno en la cara… Que ruido horrible… piensa y se ve bañada en sangre. ¡Hija de puta! Mirá lo que me hiciste… estoy toda sucia… grita y al instante le vuelve a pegar un palazo al cuerpo inerte que yacía frente a ella, del otro lado de la cerca. ¿Te podes callar, querida? Dice sonriendo mientras se aleja del lugar.
Se siente extrañamente feliz… tranquila… lo que antes era algo que la avergonzaba en lo más íntimo de sus pensamientos, era ahora fuente de dicha. Estaba excitada… la sangre, la carne deformada del rostro de la vecina… todo tan nuevo… tan… tan perfecto, piensa.
Al cabo de unas horas llega la policía y ella no cae. No entiende qué es lo que ha hecho de malo. ¿Construir un hogar tranquilo y acogedor es un delito? Le pregunta al oficial, que nada responde. Esposada es llevada a la comisaría. Ya en la celda, ve pasar un pequeño ratón y sonríe. Cuando pasa de nuevo y con un rápido movimiento le pisa la cola. Cagaste, piensa mientras que con el otro pie, con sus botas de diseñador pisa lentamente la pequeña cabeza del roedor… cierra los ojos y goza… sonríe…
Disfruta...